La televisión y sus contenidos evolucionan acorde con el contexto en el que se producen. Entonces deberíamos pensar seriamente en la estructuración y el sistemas de valores social si alguien como Belén Esteban se convierte en la mayor estrella mediática del momento. Ni Hanna Montana, ni Matias Prats, ahora quien manda es Belén Esteban.
Esta exmujer de un torero (porque recordemos que fue así como llegó a la televisión) se ha convertido en un hecho social (Durkheim). Es imposible vivir en España y desconocer su figura. Es imposible no haber hablado de ella en algún momento. El fenómeno Esteban ya hace tiempo que ha adquirido vida propia y parece imparable.
Y la pregunta es ¿por qué?
Una mujer de la calle, con dos …, que defiende lo que es suyo, que no se rinde ante la adversidad… Eso es al menos lo que dice ella, pero la realidad puede distar un poco dado que si ganas las desorbitadas cantidades que podemos deducir que se embolsa por estar en todos los saraos (porque si no, no hay audiencia), muy de la calle muy de la calle ya no parece. La “mujer sencilla” ha desaparecido para dejar paso a un monstruo televisivo que engulle todo lo que se pone por delante, que toma protagonismo en todas las cadenas y que se ha convertido en asunto a tratar en una clase universitaria.
Un asunto éste digno de estudio que, tengo entendido, estará próximamente en las librerías. Y ya era hora, porque si toda una cadena de televisión depende de una sola persona, una líder de opinión que lo único que ha hecho es hablar por hablar, dar opiniones casi siempre infundamentadas y montar jaleos con su niña y la esposa de su exmarido, es para estudiarlo.
Personalmente, a mí Belén Esteban ni me va ni me viene. No me interesa nada de su vida ni nada de lo que hace, pero tampoco la aborrezco. Lo que sí me fascina es el fenómeno en el que se ha convertido, porque ya no se ve el programa de Ana Rosa o Sálvame, o MQB (qué manía de reducirlo todo a siglas), se ve a Belén Esteban. La persona murió y lo que queda es televisión.