Es posible que después de un periodo de abandono relativo el asunto que debería devolver la “normalidad” (entre comillas porque este blog no sigue ninguna frecuencia escrupulosa en sus publicaciones) debería ser de trascendencia social (como el “comedme la polla” de John Cobra y su contrato de bastantes miles de euros con Telecinco -todo lo “bueno” se lo queda esta cadena…) o de trascendencia global en el medio (como las fusiones entre Telecinco y Cuatro, y Antena3 y La Sexta). Sin embargo, no vi el programa de selección de la canción de Eurovisión y no me apetece ponerme demasiado seria con el tema de los bussines.
En su lugar, esta entrada está dedicada a un espacio que cumplió el miércoles su programa 500: El hormiguero.
Los minutos entre el final del telediario y la serie o la película de la noche o no existían o estaban muertos. Pero El hormiguero, y después El Intermedio, consiguió que ese espacio sea ahora uno a tener muy en cuenta. Sus entrevistas cada vez más internacionales, su apelación al público infantil de la televisión, su factor educativo (aunque las explicaciones de los experimentos no anden muy finas)… Un cúmulo de características que hacen de este programa un espacio entretenido en muchos aspectos y que ha cambiado nuestra división por tiempos.
Uno de sus fuertes cuando comenzó eran Juan y Damián y Flipy. Los que están detrás de las hormigas cada vez pierden más y más en su sección del Kiosko, en la que ya solo caben dos bromas y un anuncio publicitando algún artículo con los insectos morados. Flipy sigue en su estilo, aunque ahora con la Flipa ha aportado algo más a su sección. Lo que sí ha cambiado es que ahora, en lugar de tener aguantar el protagonismo de Pablo Motos, le toca soportar los comentarios, algunas veces hirientes, de las hormigas/Juan Y Damian. El odio que me producía el presentador hasta antes del verano, ahora está mucho más comedido, se ha trasladado hacia estos dos especímenes, que aunque tengan a veces su gracia, da la sensación de que el éxito se les ha subido a las antenas.
Jandro, con su estridencia habitual, cada vez me gusta más y Marron ni me gusta ni me disgusta. No creo sinceramente que todo el tinglado que monta se le haya ocurrido a él o que haya participado en su preparación. Si no es así, es lo mejor que puede hacer, preocuparse por su sección, pero si es así, resulta un poco triste. Toño, el diablo con ruedas, no necesita comentario, con decir que uno no para de sonreír durante todo el monólogo es suficiente para saber que es muy bueno en lo que hace; al igual que Piedrahita, que, a pesar de que está muy bien en su papel, yo, personalmente, le prefiero por separado. En la época en la que el ego de Pablo Motos no cabía en el plató resultaba imposible ver el monólogo de Piedrahita porque el otro personaje no hacía más que interrumpir, pero ahora eso se ha solucionado. Aun así, a este medio mago medio cómico-monologuista le prefiero con un show propio.
Cambio de párrafo para destripar y oponerme totalmente a la sección protagonizada por Raquel Martos y Pablo Motos. Tengo que cambiar de canal cuando aparece esa mujer en la televisión. Una sección basada en estereotipos y clichés sin ninguna gracia precisamente porque se quedan ahí, en lo fácil. Hay muchos espectáculos teatrales sobre guerras de sexos en los que salen a relucir esos estereotipos de una forma más elegante o más burda, pero donde se les da una vuelta de tuerca, otro tratamiento con un guión pensado y requetepensado para no caer en lo mediocre. Ahí es donde se queda esta sección, en una burla mal hecha y cuatro abucheos y vítores.
Toda esta parrafada para terminar igual: ¡feliz cumpleaños!
lunes, 1 de marzo de 2010
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